miércoles, 25 de diciembre de 2013

Crónicas Navideñas

La Navidad de este año no fue muy distinta a la del pasado. Mi pequeño núcleo familiar se reunió como de costumbre con algo de incomodidad y evidentes intentos, no siempre exitosos pero muy bienvenidos, por mantener “la paz” durante las Fiestas.

Este año compré yo sola los regalos y algo tarde noté que debí haber recordado comprar algo para mí, al menos para tener algo que abrir simbólicamente junto al resto, pero no pareció importar mucho al ver la sonrisa de mi mamá cuando vio el libro que le compré. Incluso si no puede leerlo –me advirtió la dificultad que tiene para concentrarse últimamente- valió la pena por verla sonreír esa noche.

Me quedé a dormir allá, al igual que el año anterior, para evitar la dificultad de tener que encontrar un taxi a las 1am del 25 de diciembre. Ignacio me llamó pasadas las 12 para desearme feliz Navidad, pasando él las fiestas con su familia materna en Yerbas Buenas.

La mañana del 25 se demoró en llegar, me costó dormir en la que solía ser mi cama. Me invitaron a quedarme a almorzar, pero preferí volver a casa a ver a los gatos, que estaban solos y prepararme para mi 25 de ver series en pijama hasta que llegue Ignacio. Dos mujeres, que al parecer trabajaban como empleadas con familias del sector, conversaban en el paradero. Una le contaba a la otra todos los “cahuines” de la familia con la que trabajaba. “Quedó la cagada. Llegó el ex marido, y la vio ahí, con su pareja nueva. Él todavía está enamorado de ella, ella lo dejó”. Tenía poco interés por la historia, pero no me podía poner los audífonos todavía, porque mi abuelo me acompañaba, esperando a que tomara la micro. Hasta que vi a una mujer, sentada al lado de las dos señoras, riéndose disimuladamente de lo que escuchaba. La forma en la que se reía, como una niña pequeña que acababa de cometer una travesura, me causó una mezcla entre gracia y ternura. Entonces pasó la micro, absolutamente vacía. Le deseé feliz Navidad al chófer, que me agradeció mecánicamente, y el vehículo echó a andar.

Se veía poca gente en las calles. Pero me entretenía imaginando cómo serían las vidas de los pocos transeúntes. Había un turista asiático, detenido en una esquina, hojeando el que debía ser un mapa de Santiago con gran atención. Algunos trabajadores municipales limpiaban las calles de Providencia. Una señora estaba sentada en una banca, junto a otra de más edad, que parecía ser su madre, en una silla de ruedas. Conversaban y parecían disfrutar la tranquilidad de la ciudad. Por algún motivo, esta imagen me emocionó. También se veían personas solitarias, una anciana caminando, un hombre de mediana edad.

Cada persona, caminando sola esa mañana de 25 de diciembre, me llevaba a intentar imaginar su mundo, su vida, sus sentimientos, sus circunstancias. ¿Qué se sentirá vivir su vida, experimentar sus emociones, cargar con sus recuerdos y experiencias? ¿Alguien se preguntará lo mismo sobre mí, también sola en esa micro, un 25 de diciembre?

Al pasar frente al Parque Balmaceda la cantidad de gente aumentó. Desde personas haciendo ejercicio hasta familias paseando. Me gustó ver niños corriendo y jugando, descubrir que no todos pasan estas fechas frente a una pantalla. Me hizo recordar mi propia infancia y los domingos o feriados que pasé jugando en ese mismo parque con mi abuelo o mis primos, en los tiempos en los que vivíamos en Bustamante. No tengo muchos recuerdos felices de la infancia ni la adolescencia, pero los que tengo están asociados a parques como ése. A la época en la que pasar tiempo en familia era algo que se esperaba con ansias y no que causaba estrés.


Pasando Plaza Italia la cantidad de gente aumentó. Llegó la hora de bajarme de la micro e, impulsivamente, opté por caminar un poco en vez de ir directo a casa. Estaba nublado y no hacía el calor de los últimos días. Pasear por el  Centro de Santiago, de pronto se volvió un panorama bienvenido. Tal vez las personas a las que observé durante mi viaje, pensaron lo mismo, al menos algunas. Quizás, en base a algo así, se puede establecer alguna conexión con gente a la que ni siquiera alcanzas a hablar, gente con la que con suerte logras intercambiar miradas, brevemente en una luz roja. Acaso sea simplemente eso lo que la mayoría busca en Navidad, la posibilidad de establecer algún tipo de conexión, con alguien más, en esta desconectada y convulsionada ciudad.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mi reducción mamaria o nuevas reflexiones sobre loh peshoh

Advertencia: texto LARGO. Mis felicitaciones a quienes lo lean entero.

Hace poco me mostraron un artículo de revista Paula escrito por una periodista, Constanza, que se realizó una reducción mamaria. El motivo por el que me lo mostraron es porque yo también me hice una, hace tres meses ya. También había pensado en escribir al respecto, ya que en su momento escribí algo sobre como tener las pechugas grandes no es necesariamente el paraíso que algun@s imaginan. Al leer este artículo descubrí que, primero, mi experiencia fue muy distinta a la de Constanza. Igual lo encontré bueno y muy informativo, especialmente se agradeció la explicación sobre la hipertrofia mamaria y los problemas que genera. Lo segundo que me di cuenta es que quiero hacer una reflexión sobre algunos otros temas, no necesariamente contar la experiencia en sí y menos desde un punto de vista periodístico. De todos modos, aclaro que me siento inspirada por la narración de Constanza, valoro el tremendo aporte su artículo y la posibilidad de contrastar miradas y experiencias distintas.

Mantengo lo dicho previamente, ser pechugona no es fácil. Desde lo difícil que es encontrar ropa que te quede bien hasta los mal llamados “piropos”, y francas faltas de respeto en la calle. Tampoco falta la gente que cree que te estás quejando de llena o que es mera disconformidad femenina, como que las crespas quieren tener el pelo liso y viceversa. Y ni siquiera estoy mencionando el precio elevado de los buenos sostenes que realmente “sostienen” ni los problemas de salud. Creo que aquí hay dos factores distintos que se deben identificar correctamente: la salud y la estética. Cuando estos factores se juntan, es fácil confundirse, no sólo para una, que vive este tema, sino también para el resto a la hora de entenderte y apoyarte.

Me llaman la atención dos reacciones frecuentes al contar que me hice una reducción mamaria. Una es lamentarla, con voz de lástima decir “pensar que hay tantas que se quieren poner” o hacer alguna broma relacionada a la pérdida para los hombres del mundo o para mi pololo. La otra es inmediatamente preguntar si tienes problemas a la espalda. Estas dos respuestas a menudo me hacen sentir rara. La primera por la falta de empatía, supongo, aunque cuando se nota que es broma, me río. La segunda me hace preguntarme qué pasaría si no tuviese problemas a la espalda –que claro que tengo- y la decisión obedeciera sólo a parámetros estéticos. ¿Se me juzgaría? ¿Sería algo incomprensible? Pienso inevitablemente en el doble estándar de la sociedad, en cómo son criticadas las mujeres que se hacen cirugías estéticas, pero también en cómo son criticadas si tienen kilos de más, si son muy planas, muy pechugonas, muy narigonas, etc.

Es este doble estándar sobre el que también quiero reflexionar. Vivimos en una sociedad que nos entrega dos mensajes. El primero es un modelo estético casi imposible de conseguir para la mayoría, un cuerpo soñado, curvas perfectas pero nada de grasa y carita de muñeca, y pienso en las cosas horribles que decimos de quienes no encajan con esos cánones –porque todos lo hacemos alguna vez, vamos-. Pero por otro lado está el mensaje de la autoestima, el  “quiérete a ti misma y acéptate por cómo eres”. Me parece muy positivo, especialmente para las adolescentes, pero, como todo en la vida, puede ser dañino si es llevado al extremo.

Aquí volvemos al tema que mencioné previamente, este tipo de cirugías tienen dos componentes, uno estético y uno de salud. No todos los problemas de salud se reflejan en nuestra estética. ¿En qué punto llegamos a sentirnos culpables por someternos a un procedimiento que tiene un importante carácter estético, porque nos parece frívolo o una falta a nuestra autoestima, incluso cuando lo necesitamos por salud? ¿En qué momento nos quedamos insistentemente pegadas en que nos queremos a nosotras mismas y estamos felices con nuestros cuerpos, ignorando una necesidad de salud? Lo cierto es que si una persona tiene obesidad y sabe que ésta le genera o le va a generar un problema de salud, debiera cambiar esto, por mucho que se quiera a sí misma y acepte su cuerpo. Con una hipertrofia mamaria pasa algo similar.

Personalmente, yo sentía como que estaba en guerra y no podía perder. Como que realizarme esta cirugía era dejar que todo ganara, la sociedad, los comentarios masculinos en la calle, las miradas insistentes –que también vienen de mujeres-, los problemas de autoestima. Sentía que no podía permitir que eso ganara, debía aprender a estar feliz con mi cuerpo, aunque tuviera molestias importantes que claramente afectaban no sólo mi salud, sino también mi calidad de vida. Como si eso fuese una muestra de fortaleza. Y lo cierto es que requiere igual fortaleza decidir que quieres cambiar algo de tu vida que evidentemente no está bien. El problema es que debes partir por reconocer que no está bien. Si no identificas con claridad un problema, nunca encontrarás la solución, aunque suene a autoayuda barata.

Cuando me decidí a evaluarme con un médico, no lo hice convencida de que me quería operar. Creo que, en parte, fui a que me convencieran. Tenía dudas, muchas preguntas, temores, inseguridades. Necesitaba escuchar el diagnóstico, “hipertrofia mamaria” para terminar de hacerme consciente de que era algo serio. Y que el doctor me dijera que ojalá me operara, aunque no fuese con él, porque era muy importante para mi salud.

No me operé con el primer especialista que visité. Me gustó mucho pero no quería quedarme con el primer médico al que consultara. Vi a, al menos, tres especialistas y me decidí por el que me dio más confianza y seguridad. Le recomendaría a cualquier persona que piense en operarse, hacer lo mismo. Te permite comparar discursos, claridad en explicaciones y finalmente evaluar quién te deja lo suficientemente tranquila para confiarle la que, mal que mal, es una cirugía importante.

El otro tema que me queda claro al hablar con amigas que se operaron y al leer a Constanza, es que cada caso es distinto. Si quieres operarte tienes que ir a que te evalúen a ti, pues el caso de otra persona puede ser muy diferente. Yo tuve un post-operatorio bastante relajado, en unos días ya me paraba y me movía, con dificultad y lentitud, claro, pero me sentía considerablemente mejor de lo esperado, no viví nada traumático. Confieso que no le creía mucho al doctor cuando me hablaba de este panorama, pues había escuchado unas historias de terror, pensé que me lo decía para que estuviese tranquila y no tan nerviosa, pero terminó por tener razón. Aún así, mi cirugía era compleja y demoró más de lo que inicialmente estaba considerado, pero no tuvo complicaciones inesperadas.

Desde que me operé me siento más cómoda y soy consciente de que solucioné un tema de salud muy relevante. En términos estéticos también me siento mejor. Yo era copa DD, y me sacaron más de 800 gramos de una mama y más de 700 de la otra. Creo que en general pocas personas quieren llegar a tener copa DD. Cuando alguien dice que quiere tener más, lo que generalmente quieren decir es que quieren pasar de copa A a B, o de B a C. Incluso de C a D. Pero nunca he escuchado a alguien que quiera tener DD, y el consenso general cuando finalmente decía mi copa, era reconocer que era “mucho”. El último tiempo vestía ropa más suelta y me había vuelto experta en disimularlas dentro de lo que se podía. No me había dado cuenta, pues hasta hace unos años no lo hacía. Creo que era parte de mi “guerra”. ¿Por qué iba a cambiar mi forma de vestir y adaptarme yo al mundo, cuando son otros los que me están faltando el respeto? ¿Si tengo una bonita cintura, por qué voy a ocultarla con poleras sueltas, sólo para no que no se me vayan a marcar las pechugas? ¿Si es verano y hace calor, por qué me voy a tapar, o usar algo distinto a lo que usa todo el mundo de todos modos? Pero lo cierto es que hace tiempo que había dado por perdida la guerra sin darme cuenta. Sólo me di cuenta cuando en mi actual trabajo, donde llevo algo más de un año, me dijeron que nunca se habían dado cuenta de lo pechugona que yo era, que nunca se habrían imaginado que era copa DD y que el asunto llegaba a tanto. La gente que me conoce desde hace más años no lo pone en duda y algunos de sólo ver fotos me preguntan si me operé, mientras que otros a quienes conozco desde hace menos tiempo sólo creen que bajé de peso.

Finalmente, es como que un nuevo mundo se ha abierto ante mis ojos. La ropa me queda muy distinta, y la compra de sostenes es una novedad extraordinaria. Con copa DD era muy difícil encontrar sostenes que me quedaran realmente bien. Ni miraba las marcas que no se caracterizan por tener buenos sostenes para copas grandes, incluso si encontraba mi talla, eran tan incómodos que sólo resultaban en frustración. Ahora que veo tallas y marcas que antes jamás miré, me sorprende la variedad. Lo distinta que es la MISMA talla dependiendo de la marca. Los colores, los diseños. No crean que ahora todo me queda bien y puedo usar cualquier cosa. El doctor fue claro en que debo cuidar mis mamas igualmente, que no recomienda strapless a nadie salvo para ocasiones especiales, que en general siempre debiésemos optar por sostenes con tirantes gruesos y fijarnos en que la barba encaje perfectamente alrededor de la mama, es decir, que la pechuga quepa bien en el espacio de  la copa y no parezca que falta tela y se sale por los costados o que la parte del medio te queda como “levantada”.

Las mamas, como cualquier otra parte del cuerpo, son importantes para nuestra salud y debemos cuidarlas y no maltratarlas al no protegerlas adecuadamente cuando hacemos ejercicio o, en el día a día, usando sostenes inadecuados o de una talla que no corresponde. Lección que me demoré años en aprender y ojalá otras aprendan antes que yo. Y a querer y cuidar sus mamas. Pero también a querer y cuidarse a ustedes mismas y su salud, y tomar las decisiones que más las beneficien, a no levantar banderas de lucha que sólo las dañarán a la larga, ni a sentirse culpables por tener que tomar una decisión como la de someterse a una cirugía –lo que tampoco significa que la tomen a la ligera-. Aprendan a distinguir, separar y evaluar los componentes estéticos y de salud de la decisión, aunque sólo sea para tenerlos bien claros. Les aseguro que hacerlo les ahorrará pajas mentales para cuando hayan salido del quirófano.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Miedo

Hay una historia que tengo miedo de escribir.
Pocas cosas me dan miedo. Hay cosas que me hacen dudar, hay cosas que me hacen sentirme insegura... Pero, ¿miedo? Siempre me pregunté, ¿A qué se le puede tener miedo después de haber tocado fondo? No a mucho, sin duda. No a mucho.
Finalmente, sólo nos da miedo aquello a lo que nos aferramos con desesperación. Aquello que nos sentimos incapaces de soltar. Una vez que lo sueltas, ya no tienes miedo.
Sé que debo soltarlo. Pero no sé cómo. No, sí lo sé. Lo puedo soltar escribiendo. Como lo hacía 10 años atrás. Cuando sólo tenía las letras, las maravillosas letras, y permití que cambiaran todos mis planes. 
Siempre he sabido qué es lo que debo hacer. 
Pero me da miedo.
Y es en medio de ese terror absoluto, aquél que te paraliza y te invalida, que tengo la más clara epifanía. Debo escribir. Debo soltar. Debo dejar que las letras me salven. Porque sólo ellas pueden. Porque es el camino que yo misma elegí, hace 10 años, y he tenido demasiado miedo de seguir.


"Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo"

- Enrique Lihn

miércoles, 29 de febrero de 2012

Mi Primer Ecoladrillo

Hace un tiempo, estaba en la casa de una chica que tenía pegado en su cocina un artículo, no recuerdo si impreso por ella de internet o arrancado de alguna revista o diario, sobre los ecoladrillos.

Mientras todos colaborábamos en la preparación de la comida, picando tomates por aquí, pelando unas paltas por allá, era natural que tu vista se desviara al artículo aquél y con él rápidamente aprendí que los ecoladrillos son un material de construcción sustentable, que cualquiera puede hacer en su casa, y que en septiembre de 2011 en el GAM hubo talleres al respecto y se recibieron ecoladrillos que las personas ya hubiesen hecho.

La misma chica tenía varios en su cocina, unas botellas plásticas rellenas de muchos envoltorios y plásticos varios, de todos colores, que llamaban rápidamente la atención al estar apilados en un rincón visible y porque varias veces nos tropezamos con ellos buscando los utensilios que requeríamos para seguir cocinando.

El tema me llamó la atención y al llegar a casa recurrí a mi querido amigo Google y busqué los ecoladrillos. Lamentablemente, me costó mucho encontrar información. Seguía encontrando una y otra vez la noticia de aquél evento en el GAM realizado en septiembre, pero la página oficial estaba en construcción y me costaba hallar información sobre dónde ir a dejar los ecoladrillos si se me ocurría empezar a hacerlos. Incluso pillé unos videos y tutoriales de cómo hacerlos, pero me seguía faltando la información de dónde dejarlos.

Finalmente, mi búsqueda (y mi insistencia, a decir verdad, seamos honestos) fue recompensada y descubrí que en el GAM el punto verde que situaron en septiembre se mantenía activo (era mi principal duda) y para asegurarme yo misma pasé por ahí y vi una linda bicicleta con un carrito donde se podía dejar este material sustentable. La información se encuentra bastante completa en La Fabulosa Minga Sustentable, página que los invito a visitar.

Punto Verde de "La Fabulosa Minga Sustentable" en el GAM.

Personalmente, ya terminé mi primer ecoladrillo (me demoré más de lo que pensaba, porque a medida que compactas los plásticos presionándolos con una cuchara de palo, aparece más y más espacio), y estoy armando el segundo. Es impresionante cuando comienzas a acostumbrarte a no botar los plásticos y, en vez de eso, reciclarlos, pensar en la cantidad de deshechos que botamos en el día y que podríamos reutilizar. No te queda otra que pensar en que si más gente lo hiciera, los basurales estarían considerablemente menos llenos y daríamos un mucho mejor uso a los artículos que utilizamos en el día a día.

Ahí está. Lindo, ¿no? ¡Ahhh! Mi bebé... (ok, ya veo que me
van a empezar a decir "la loca de las botellas").

Creo que lo más difícil de esto no es la energía que gastas en reciclar, que en definitiva no es mucha. Lo que más cuesta, al menos al comienzo, es cambiar el switch mental y acostumbrarte a pensar de otra manera, a que cada vez que vas a botar algo a la basura debes preguntarte "¿lo puedo reciclar? ¿me sirve para alguna otra cosa?". Sin embargo, esto solo es difícil al principio y pronto el proceso se vuelve cada vez más automático. Inicialmente dudas de ciertos materiales, no te acuerdas bien de todas las cosas que servían, tienes que revisar, y seguramente botas sin querer muchos deshechos que pudiste haber reciclado, pero luego le agarras el ritmo y se hace mucho más fácil. ¿Al final no es así con casi todo en la vida? Solo hay que acostumbrarse a algunas cosas, cambiar el switch, aunque sea con pequeñeces. Porque muchas pequeñeces juntas pueden hacer algo grande. Porque muchos granos de arena, conforman una playa. Solo hay que tener la voluntad de cambiar y de actuar, elegir hacer algo por sobre no hacer nada.

Instructivo para hacer Ecoladrillos from la fabulosa minga tv on Vimeo.



martes, 21 de febrero de 2012

Fuera del Promedio

A menudo me ocurre que veo a la gente escribir de gustos, aficiones o costumbres que supuestamente tiene “todo el mundo” y no me siento para nada identificada. Y no solo yo, en general siento que casi nadie de mi círculo cercano encaja con lo que se supone que es “promedio” o que hace (citando a nuestro presidente) “la inmensa mayoría de los chilenos”. Y no me vengan con cuestiones socioeconómicas, que muchas de estas cosas compartidas por “la mayoría” incluyen a gente de un estrato alto, como me ha tocado observar. Entonces, me encuentro a mí misma sintiéndome algo alienígena y preguntándome “¿Seré yo, Señor?”.(No les voy a comentar que escucho una voz en mi cabeza que me responde “SIIIII”, porque ahí definitivamente me tildan de esquizofrénica... ... oh wait!)

El otro día veía a un tipo en mi Timeline de Twitter quejándose de que “típico que a las minas ahora les gustan los tipos estilo wachiturros”. Yo no pude evitar preguntarle horrorizada que qué minas son ésas, porque yo no conozco a ninguna. La mayoría de mis amigas detesta el reggaetón, se sentiría humillada de ser vista con un reggaetonero, y esto se extiende también para esta nueva moda wachiturra, que parece ser, y perdonen la expresión, la misma mierda con distintas moscas. Luego veo también a gente comparando el comportamiento de personas que están en un reality show con el del común de la gente. Entonces me pregunto, ¿en qué momento perdimos los referentes? ¿O es que nunca los tuvimos, éstos siempre han sido aquellos en los que la mayoría de las personas se basan y yo simplemente no me había dado cuenta?

Pero va más allá de eso, de las “modas”, de los wachiturros, el reality show de turno o un montón de cosas a las que yo me refiero con suerte para echar la talla y un lote de gente se toma en serio. Va desde que se supone que a las minas les gusta la música romántica en español (a mí me carga, la encuentro latera y cebollenta a más no poder y Arjona se merece todas las penas del infierno por yeta, cliché, golpeador de mujeres, y que todas sus canciones sean iguales), que todas somos unas indecisas que no sabemos lo que queremos (gracias, Pilar Sordo, por eso), que todas rayamos el tubérculo con matrimonio y bebés, etc. Y para los hombres va lo mismo, todos le tienen miedo al compromiso, ven fútbol todo el tiempo y son prácticamente unos trogloditas que con suerte se bañan, son simples hasta decir basta y date con una piedra en el pecho si son capaces de articular más de dos oraciones seguidas y además no te gorrean.

No me malentiendan, yo también me río con uno que otro chiste basado en generalizaciones (sin ir más lejos con el comercial de Quilmes casi me hago pipí de la risa), y seguro que encajo con mil cosas con las que se suele generalizar a las minas (me encanta la ropa y los zapatos, solo por decir una), pero muchas veces me dan ganas de salir a defender a las mujeres, a los hombres, o a los jóvenes o al grupo que sea con el que se está generalizando porque simplemente eso no es lo que veo yo en mi día a día, con la gente con la que me rodeo, comparto y con la que me gusta relacionarme.

Mis amigos muchas veces se juntan a jugar rol en vez de ver fútbol y son seres complejos y cultos, nada que ver con las caricaturas del hombre troglodita. Tengo ex compañeros de trabajo o de U que están lanzando sus libros en vez de casándose y teniendo guagua, a mis amigas les gusta el rock, más de alguna no tiene idea de realities ni farándula en general y muchas cuando leemos ciertos blogs o revistas femeninas nos quedamos marcando ocupando con los temas expuestos en ellos. Pero luego lo pienso, y me doy cuenta que la defensa del grupo de turno que está siendo criticado o generalizado no vale la pena. Yo puedo conocer a toda esta gente interesante que es harto más que una caricatura de su género, grupo etáreo, preferencia sexual, etc. pero las caricaturas se basan en la gran mayoría de la gente, en el promedio. Y quizás no somos parte de ese promedio, las campañas publicitarias no están pensada para nosotros, ni tampoco los medios más tradicionales con sus tendencias y temáticas que se supone que representan a todos.

Sin embargo, esto me reafirma algo que siento cada día más cierto: “Dime con quien andas y te diré quien eres”. Cada uno elige de quién rodearse. Cada uno ve qué le gusta. Si usted, dama, se queja constantemente del macho poco comprensivo y troglodita, quizás a usted le gustan los hombres así, y está bien que lo reconozca, no tiene nada malo, es solo su preferencia personal. Lo mismo va para los hombres a los que les gustan las minas histéricas. Pero porfa, no nos meta a tod@s en el mismo saco y sea consciente de que si algún día quiere buscar algo distinto, podría encontrarlo. Pero ojo, que en volada lo encuentra y no le gusta. Y ahí el drama es otro.

lunes, 6 de febrero de 2012

El Super Bowl y Lo Ajeno

Ayer fue la final del Super Bowl en Estados Unidos. Al parecer, mucha gente aquí en Chile la habría visto y comentado por las redes sociales. Y ante eso, como siempre, aparecen las quejas: que para qué ven deportes de los que no saben nada y que son de otros países, que lo hacen por poseros, que siempre celebrando y viendo cosas que no son nuestras, que son de EEUU o alguna otra parte y no tienen nada que ver con nuestra cultura, que es el colmo, que quizás el próximo año van a dar el Super Bowl en TV abierta acá en Chile y que cómo puede ser esto, etc.

Personalmente, me causa gracia como la gente utiliza esta noción de "lo ajeno" y "lo nuestro". Entiendo que puedan molestar las "modas" y las cosas que ciertas personas hacen o siguen por "pintamonos" y no porque realmente les importen o sepan sobre ellas. Pero esto se da siempre, en mil aspectos de la vida. De toda la gente que dice que le gusta algo, siempre habrán algunos que se lo tomen más en serio que otros, y puede que para muchos sea simplemente una afición pasajera que pronto olvidarán. Esto no es algo que se pueda evitar, porque no podemos obligar a la gente a que si se va a interesar un poco sobre algo, se lo tome 100% en serio. Quizás para muchos no es algo serio, solo una diversión del momento que los distrae brevemente del día a día. Y eso me parece válido.

Por lo demás, el fútbol americano es un deporte, y si alguien se interesa en serio por él, y quiere seguirlo y ver la final del Super Bowl, me parece excelente, cada uno ve qué le gusta y por qué. No me gusta mucho eso de enfatizar tanto en "lo ajeno". Está bien querer cuidar las costumbres propias, mantener vivas las tradiciones y celebrar lo que para nosotros es típico, pero no veo por qué una cosa tiene que ser excluyente de la otra. Es como si mucha gente no entendiera que vivimos en un mundo globalizado, en el que tenemos acceso a una gran cantidad de información a la que antes no teníamos, y que nos permite conocer otras culturas, costumbres, celebraciones y deportes, interesarnos también en ellos, aprender y quizás hasta disfrutarlos.

Por otro lado, si empezamos a ponernos puristas con lo que es tradicional, estaríamos solo jugando chueca, celebrando el 18 de septiembre (o el 12 de febrero, o ambas fechas, lo dejo a su criterio) y podríamos argumentar que ni siquiera algunos feriados o celebraciones religiosas tienen mucho sentido si una parte importante de la población no es católica, como lo muestran los más recientes censos. Francamente, si alguien quiere celebrar Halloween, San Patricio, el Día de la Marmota, el Día de la Toalla, ver rugby, fútbol americano, curling o trasladar a la esposa, me da lo mismo mientras no le hagan daño a nadie. Vive y deja vivir, dicen por ahí. Ojalá la gente celebre o siga estas cosas relativamente informada y no solo por pintar el mono, concuerdo en que eso sería lo ideal, pero si alguien solo quiere distraerse un rato y ver un deporte típico del otro hemisferio o ir a una fiesta de Halloween solo para pasarlo bien y echar la talla, creo que también es bienvenido a hacerlo.

Siento que si nos pusiéramos muy estrictos con "lo ajeno" y "lo propio", terminaríamos aislados y limitando las libertades personales de hacer lo que te dé la regalada gana mientras no pases a llevar a nadie. No me gustaría vivir en un país donde la gente no puede elegir qué deporte seguir, o qué festividad celebrar, porque ése es solo el comienzo para qué te digan qué puedes y qué no puedes ver en la televisión, leer, o escuchar. Es el punto de entrada para el totalitarismo y para terminar en una sociedad que te dice constantemente quienes son "los otros" y quienes somos "nosotros". Y crear una "otredad", como decía un profesor en Periodismo, así de marcada, es francamente peligroso.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Confesiones de una Mujer Pechugona

Me impresiona la obsesión que muchas mujeres tienen hoy en día por tener los pechos más grandes. Lo puedo entender cuando la chica en cuestión es más plana que tabla de planchar, lo que debe ser tan complicado como tener demasiadas pechugas -finalmente, los extremos siempre generan problemas-, pero he visto a mujeres con una talla de sostén bastante razonable y acorde a su contextura y que aún así quieren agrandar su busto. A todas ellas les cuento, ser pechugona en este país no es fácil. Seguramente no lo es en ninguno, pero a mí me tocó vivir aquí, así que de eso pienso escribir.

De partida, caminar por la calle en verano es una tarea desafiante. Toooodoooo el muuuundoooo tiene alguna opinión sobre tus pechos, y simplemente TIENEN que decirla en voz alta. Si yo veo a un tipo horrible con cara de sapo, puede que piense "puta el weón feo" pero NO LO DIGO EN VOZ ALTA. ¿Por qué? Porque quizás lo que estoy pensando podría herir susceptibilidades. No entiendo por qué los hombres chilenos no son capaces de tener la misma deferencia conmigo. Supongo que creen que comentar las formas de mi cuerpo es algo divertido o que yo me deleitaré con esas joyas de ingenio y elogios que en muchas ocasiones un niño de octavo básico podría superar. Cualquiera que sea el caso, hay días en los que escuchas tantas cosas que, por lo bajo, cansa. Sí, claro, a veces andas de buenas y te ríes, pero si te pillan de malas bien puede ser la gota que rebalsa el vaso de un largo y difícil día. Recuerdo una vez que salí a la calle llorando -sí, llorando- después de una pelea familiar, y aún así me dijeron cosas -prueba de que nadie me estaba mirando la cara, precisamente-. Y contestarlas no vale la pena. El escenario en el que respondes algo desafiante e ingenioso y los tipos se quedan callados sin saber qué contestarte rara vez ocurre. Generalmente, tu desafío o tu parada de carros solo les da risa. Es que para entender que te hacen sentir mal deberían tener una empatía que, de tenerla, los habría llevado a evitar a hacer su comentario en primer lugar, entonces pierdes el tiempo y fijo que terminas más enojada. Mejor subir el volumen al mp3 o a la música en su celular (con audífonos, porfa) y seguir de largo.

Segundo, los extremos no son buenos. Eso todo el mundo lo dice. Existe un imaginario colectivo en el que una mujer pechugona es un imán de hombres. Bueno, si usted cree eso, lo corrijo, una mujer pechugona es un imán de calientes. Y como describí en el punto anterior, muchas veces no es agradable ni halagador -soy de las que consideran que un halago es que te digan que te ves linda, no que tienes las tremendas tetas-. Y luego, no falta ese tipo intelectual medio artístico que te resultó interesante y al que estabas haciéndole ojitos hasta que se mandó la frase en la que le dice a una mina medio anoréxica que a él no le gustan las minas con demasiada pechuga, que encuentra mucho más atractiva a una mina con menos. Y hasta ahí no más llegaste. Te encuentras mirándote tus propios pechos con cara de frustración y sintiéndote un poquito alienígena. Y no me digan que se trata de aceptarse a una misma y tener buena autoestima y celebrar el cuerpo que te tocó. Por más que me quiera a mí misma, cuando una blusa no me cierra por culpa de las boobies o me duelen los hombros porque el sostén dejó una pulenta marca roja en ellos después de un largo día, no hay amor propio que no me haga sentir que a la naturaleza se le pasó la mano conmigo. ¿Un poquito menos era tanto pedir?

Tercero, la ropa. Siempre miraré con envidia a las mujeres que pueden andar con la parte de arriba del bikini amarrada alrededor del cuello en vez de un sostén. Para serles honesta, yo ni siquiera en la playa me puedo dar el lujo de usar un bikini así. Es asesino para mi cuello y en menos de media hora el dolor será fatal. Con eso, olvídate de usar alguna vez cualquier prenda strapless. Existen los sostenes strapless pero simplemente no me quedan, se me ven las tetas a la altura de la cintura y es súper incómodo. ¿Y conocen el corte imperio? Son esas poleras o vestidos que tienen una línea divisoria justo debajo de las pechugas. Adivinen qué, nunca me queda donde debe quedar y considero que usarlos aunque no te queden donde deben, es simplemente un grave error estético. Ahhh, y las blusas demasiado sueltas tampoco se ven bien. Te ves del ancho de tus pechugas, y si tienes cintura -afortunadamente tengo- ésta se pierde y el resulltado es que te ves más gorda de lo que eres. Así que nada muy suelto, pero tampoco muy apretado a menos que quieras ser cuasi violada en la calle, y lo mismo pasa con el escote: no puede ser un cuello muy cerrado o las pecguhas se te ven demasiado abajo y se ve mal, de hecho, en ese sentido es mejor -irónicamente- usar un escote más pronunciado que en términos estéticos seguramente te beneficiará más, pero la idea tampoco es parecer puta. Finalmente, terminas balanceando una serie de factores y limitando terriblemente la ropa que vale la pena probarte en una tienda. Esto tiene su lado bueno, claro, con el tiempo conoces tu cuerpo y no pierdes el tiempo probándote cosas que sabes que no te quedarán bien. Pero siempre hay alguna vendedora que insiste en que te pruebes un sostén con el que sabes que será imposible correr para alcanzar la micro. Mejor ignorarlas a ellas.

Cuarto, casi nadie te mira a los ojos. Esto, tengo que confesar que me resulta relativamente divertido -no todo podía ser tan malo-. Es particularmente gracioso cuando alguien te está mirando el escote, digamos en el ascensor, y de pronto subes una bolsa que tienes en la mano, la pones a la altura de tu pecho, y le bloqueas la visual. Entonces, es muy probable que el tipo bruscamente mire hacia otro lado, y si te llega a mirar a la cara, le frunces el ceño con cara de "¿qué weá?" y seguro que se pone rojo como tomate y comienza a mirar el suelo. Si no lo ha hecho todavía, amiga pechugona, hágalo, le aseguro risas. Si no hay una bolsa cerca, también sirve la cartera, la mochila, o simplemente la mano. Sí, tápese el escote con la mano. Esto es más descarado, por ende seguramente obtendrá resultados más dramático.



Bueno, finalmente, para no sonar muy negativa, quiero indicar que un buen escote con la ropa correcta, es en mi opinión algo muy atractivo, y lucirlo como corresponde es un arte. Si usted que me lee también goza de atributos prominentes, hágame caso, dése el tiempo de buscar la polera o el vestido preciso a la hora de salir de compras, ése que la beneficia pero tampoco revela demasiado, y llévelo con orgullo. Si le hacen comentarios inadecuados, ignórelos, usted sabe que se ve regia, y si igual anda bajoneada, pregúntele a un macho de confianza que qué tal se le ven las tetas, y seguro que se gana por lo menos una expresión o un comentario chistoso que le logra sacar alguna sonrisa y le sube el ánimo. Si al final, nada es tan grave.