miércoles, 25 de diciembre de 2013

Crónicas Navideñas

La Navidad de este año no fue muy distinta a la del pasado. Mi pequeño núcleo familiar se reunió como de costumbre con algo de incomodidad y evidentes intentos, no siempre exitosos pero muy bienvenidos, por mantener “la paz” durante las Fiestas.

Este año compré yo sola los regalos y algo tarde noté que debí haber recordado comprar algo para mí, al menos para tener algo que abrir simbólicamente junto al resto, pero no pareció importar mucho al ver la sonrisa de mi mamá cuando vio el libro que le compré. Incluso si no puede leerlo –me advirtió la dificultad que tiene para concentrarse últimamente- valió la pena por verla sonreír esa noche.

Me quedé a dormir allá, al igual que el año anterior, para evitar la dificultad de tener que encontrar un taxi a las 1am del 25 de diciembre. Ignacio me llamó pasadas las 12 para desearme feliz Navidad, pasando él las fiestas con su familia materna en Yerbas Buenas.

La mañana del 25 se demoró en llegar, me costó dormir en la que solía ser mi cama. Me invitaron a quedarme a almorzar, pero preferí volver a casa a ver a los gatos, que estaban solos y prepararme para mi 25 de ver series en pijama hasta que llegue Ignacio. Dos mujeres, que al parecer trabajaban como empleadas con familias del sector, conversaban en el paradero. Una le contaba a la otra todos los “cahuines” de la familia con la que trabajaba. “Quedó la cagada. Llegó el ex marido, y la vio ahí, con su pareja nueva. Él todavía está enamorado de ella, ella lo dejó”. Tenía poco interés por la historia, pero no me podía poner los audífonos todavía, porque mi abuelo me acompañaba, esperando a que tomara la micro. Hasta que vi a una mujer, sentada al lado de las dos señoras, riéndose disimuladamente de lo que escuchaba. La forma en la que se reía, como una niña pequeña que acababa de cometer una travesura, me causó una mezcla entre gracia y ternura. Entonces pasó la micro, absolutamente vacía. Le deseé feliz Navidad al chófer, que me agradeció mecánicamente, y el vehículo echó a andar.

Se veía poca gente en las calles. Pero me entretenía imaginando cómo serían las vidas de los pocos transeúntes. Había un turista asiático, detenido en una esquina, hojeando el que debía ser un mapa de Santiago con gran atención. Algunos trabajadores municipales limpiaban las calles de Providencia. Una señora estaba sentada en una banca, junto a otra de más edad, que parecía ser su madre, en una silla de ruedas. Conversaban y parecían disfrutar la tranquilidad de la ciudad. Por algún motivo, esta imagen me emocionó. También se veían personas solitarias, una anciana caminando, un hombre de mediana edad.

Cada persona, caminando sola esa mañana de 25 de diciembre, me llevaba a intentar imaginar su mundo, su vida, sus sentimientos, sus circunstancias. ¿Qué se sentirá vivir su vida, experimentar sus emociones, cargar con sus recuerdos y experiencias? ¿Alguien se preguntará lo mismo sobre mí, también sola en esa micro, un 25 de diciembre?

Al pasar frente al Parque Balmaceda la cantidad de gente aumentó. Desde personas haciendo ejercicio hasta familias paseando. Me gustó ver niños corriendo y jugando, descubrir que no todos pasan estas fechas frente a una pantalla. Me hizo recordar mi propia infancia y los domingos o feriados que pasé jugando en ese mismo parque con mi abuelo o mis primos, en los tiempos en los que vivíamos en Bustamante. No tengo muchos recuerdos felices de la infancia ni la adolescencia, pero los que tengo están asociados a parques como ése. A la época en la que pasar tiempo en familia era algo que se esperaba con ansias y no que causaba estrés.


Pasando Plaza Italia la cantidad de gente aumentó. Llegó la hora de bajarme de la micro e, impulsivamente, opté por caminar un poco en vez de ir directo a casa. Estaba nublado y no hacía el calor de los últimos días. Pasear por el  Centro de Santiago, de pronto se volvió un panorama bienvenido. Tal vez las personas a las que observé durante mi viaje, pensaron lo mismo, al menos algunas. Quizás, en base a algo así, se puede establecer alguna conexión con gente a la que ni siquiera alcanzas a hablar, gente con la que con suerte logras intercambiar miradas, brevemente en una luz roja. Acaso sea simplemente eso lo que la mayoría busca en Navidad, la posibilidad de establecer algún tipo de conexión, con alguien más, en esta desconectada y convulsionada ciudad.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mi reducción mamaria o nuevas reflexiones sobre loh peshoh

Advertencia: texto LARGO. Mis felicitaciones a quienes lo lean entero.

Hace poco me mostraron un artículo de revista Paula escrito por una periodista, Constanza, que se realizó una reducción mamaria. El motivo por el que me lo mostraron es porque yo también me hice una, hace tres meses ya. También había pensado en escribir al respecto, ya que en su momento escribí algo sobre como tener las pechugas grandes no es necesariamente el paraíso que algun@s imaginan. Al leer este artículo descubrí que, primero, mi experiencia fue muy distinta a la de Constanza. Igual lo encontré bueno y muy informativo, especialmente se agradeció la explicación sobre la hipertrofia mamaria y los problemas que genera. Lo segundo que me di cuenta es que quiero hacer una reflexión sobre algunos otros temas, no necesariamente contar la experiencia en sí y menos desde un punto de vista periodístico. De todos modos, aclaro que me siento inspirada por la narración de Constanza, valoro el tremendo aporte su artículo y la posibilidad de contrastar miradas y experiencias distintas.

Mantengo lo dicho previamente, ser pechugona no es fácil. Desde lo difícil que es encontrar ropa que te quede bien hasta los mal llamados “piropos”, y francas faltas de respeto en la calle. Tampoco falta la gente que cree que te estás quejando de llena o que es mera disconformidad femenina, como que las crespas quieren tener el pelo liso y viceversa. Y ni siquiera estoy mencionando el precio elevado de los buenos sostenes que realmente “sostienen” ni los problemas de salud. Creo que aquí hay dos factores distintos que se deben identificar correctamente: la salud y la estética. Cuando estos factores se juntan, es fácil confundirse, no sólo para una, que vive este tema, sino también para el resto a la hora de entenderte y apoyarte.

Me llaman la atención dos reacciones frecuentes al contar que me hice una reducción mamaria. Una es lamentarla, con voz de lástima decir “pensar que hay tantas que se quieren poner” o hacer alguna broma relacionada a la pérdida para los hombres del mundo o para mi pololo. La otra es inmediatamente preguntar si tienes problemas a la espalda. Estas dos respuestas a menudo me hacen sentir rara. La primera por la falta de empatía, supongo, aunque cuando se nota que es broma, me río. La segunda me hace preguntarme qué pasaría si no tuviese problemas a la espalda –que claro que tengo- y la decisión obedeciera sólo a parámetros estéticos. ¿Se me juzgaría? ¿Sería algo incomprensible? Pienso inevitablemente en el doble estándar de la sociedad, en cómo son criticadas las mujeres que se hacen cirugías estéticas, pero también en cómo son criticadas si tienen kilos de más, si son muy planas, muy pechugonas, muy narigonas, etc.

Es este doble estándar sobre el que también quiero reflexionar. Vivimos en una sociedad que nos entrega dos mensajes. El primero es un modelo estético casi imposible de conseguir para la mayoría, un cuerpo soñado, curvas perfectas pero nada de grasa y carita de muñeca, y pienso en las cosas horribles que decimos de quienes no encajan con esos cánones –porque todos lo hacemos alguna vez, vamos-. Pero por otro lado está el mensaje de la autoestima, el  “quiérete a ti misma y acéptate por cómo eres”. Me parece muy positivo, especialmente para las adolescentes, pero, como todo en la vida, puede ser dañino si es llevado al extremo.

Aquí volvemos al tema que mencioné previamente, este tipo de cirugías tienen dos componentes, uno estético y uno de salud. No todos los problemas de salud se reflejan en nuestra estética. ¿En qué punto llegamos a sentirnos culpables por someternos a un procedimiento que tiene un importante carácter estético, porque nos parece frívolo o una falta a nuestra autoestima, incluso cuando lo necesitamos por salud? ¿En qué momento nos quedamos insistentemente pegadas en que nos queremos a nosotras mismas y estamos felices con nuestros cuerpos, ignorando una necesidad de salud? Lo cierto es que si una persona tiene obesidad y sabe que ésta le genera o le va a generar un problema de salud, debiera cambiar esto, por mucho que se quiera a sí misma y acepte su cuerpo. Con una hipertrofia mamaria pasa algo similar.

Personalmente, yo sentía como que estaba en guerra y no podía perder. Como que realizarme esta cirugía era dejar que todo ganara, la sociedad, los comentarios masculinos en la calle, las miradas insistentes –que también vienen de mujeres-, los problemas de autoestima. Sentía que no podía permitir que eso ganara, debía aprender a estar feliz con mi cuerpo, aunque tuviera molestias importantes que claramente afectaban no sólo mi salud, sino también mi calidad de vida. Como si eso fuese una muestra de fortaleza. Y lo cierto es que requiere igual fortaleza decidir que quieres cambiar algo de tu vida que evidentemente no está bien. El problema es que debes partir por reconocer que no está bien. Si no identificas con claridad un problema, nunca encontrarás la solución, aunque suene a autoayuda barata.

Cuando me decidí a evaluarme con un médico, no lo hice convencida de que me quería operar. Creo que, en parte, fui a que me convencieran. Tenía dudas, muchas preguntas, temores, inseguridades. Necesitaba escuchar el diagnóstico, “hipertrofia mamaria” para terminar de hacerme consciente de que era algo serio. Y que el doctor me dijera que ojalá me operara, aunque no fuese con él, porque era muy importante para mi salud.

No me operé con el primer especialista que visité. Me gustó mucho pero no quería quedarme con el primer médico al que consultara. Vi a, al menos, tres especialistas y me decidí por el que me dio más confianza y seguridad. Le recomendaría a cualquier persona que piense en operarse, hacer lo mismo. Te permite comparar discursos, claridad en explicaciones y finalmente evaluar quién te deja lo suficientemente tranquila para confiarle la que, mal que mal, es una cirugía importante.

El otro tema que me queda claro al hablar con amigas que se operaron y al leer a Constanza, es que cada caso es distinto. Si quieres operarte tienes que ir a que te evalúen a ti, pues el caso de otra persona puede ser muy diferente. Yo tuve un post-operatorio bastante relajado, en unos días ya me paraba y me movía, con dificultad y lentitud, claro, pero me sentía considerablemente mejor de lo esperado, no viví nada traumático. Confieso que no le creía mucho al doctor cuando me hablaba de este panorama, pues había escuchado unas historias de terror, pensé que me lo decía para que estuviese tranquila y no tan nerviosa, pero terminó por tener razón. Aún así, mi cirugía era compleja y demoró más de lo que inicialmente estaba considerado, pero no tuvo complicaciones inesperadas.

Desde que me operé me siento más cómoda y soy consciente de que solucioné un tema de salud muy relevante. En términos estéticos también me siento mejor. Yo era copa DD, y me sacaron más de 800 gramos de una mama y más de 700 de la otra. Creo que en general pocas personas quieren llegar a tener copa DD. Cuando alguien dice que quiere tener más, lo que generalmente quieren decir es que quieren pasar de copa A a B, o de B a C. Incluso de C a D. Pero nunca he escuchado a alguien que quiera tener DD, y el consenso general cuando finalmente decía mi copa, era reconocer que era “mucho”. El último tiempo vestía ropa más suelta y me había vuelto experta en disimularlas dentro de lo que se podía. No me había dado cuenta, pues hasta hace unos años no lo hacía. Creo que era parte de mi “guerra”. ¿Por qué iba a cambiar mi forma de vestir y adaptarme yo al mundo, cuando son otros los que me están faltando el respeto? ¿Si tengo una bonita cintura, por qué voy a ocultarla con poleras sueltas, sólo para no que no se me vayan a marcar las pechugas? ¿Si es verano y hace calor, por qué me voy a tapar, o usar algo distinto a lo que usa todo el mundo de todos modos? Pero lo cierto es que hace tiempo que había dado por perdida la guerra sin darme cuenta. Sólo me di cuenta cuando en mi actual trabajo, donde llevo algo más de un año, me dijeron que nunca se habían dado cuenta de lo pechugona que yo era, que nunca se habrían imaginado que era copa DD y que el asunto llegaba a tanto. La gente que me conoce desde hace más años no lo pone en duda y algunos de sólo ver fotos me preguntan si me operé, mientras que otros a quienes conozco desde hace menos tiempo sólo creen que bajé de peso.

Finalmente, es como que un nuevo mundo se ha abierto ante mis ojos. La ropa me queda muy distinta, y la compra de sostenes es una novedad extraordinaria. Con copa DD era muy difícil encontrar sostenes que me quedaran realmente bien. Ni miraba las marcas que no se caracterizan por tener buenos sostenes para copas grandes, incluso si encontraba mi talla, eran tan incómodos que sólo resultaban en frustración. Ahora que veo tallas y marcas que antes jamás miré, me sorprende la variedad. Lo distinta que es la MISMA talla dependiendo de la marca. Los colores, los diseños. No crean que ahora todo me queda bien y puedo usar cualquier cosa. El doctor fue claro en que debo cuidar mis mamas igualmente, que no recomienda strapless a nadie salvo para ocasiones especiales, que en general siempre debiésemos optar por sostenes con tirantes gruesos y fijarnos en que la barba encaje perfectamente alrededor de la mama, es decir, que la pechuga quepa bien en el espacio de  la copa y no parezca que falta tela y se sale por los costados o que la parte del medio te queda como “levantada”.

Las mamas, como cualquier otra parte del cuerpo, son importantes para nuestra salud y debemos cuidarlas y no maltratarlas al no protegerlas adecuadamente cuando hacemos ejercicio o, en el día a día, usando sostenes inadecuados o de una talla que no corresponde. Lección que me demoré años en aprender y ojalá otras aprendan antes que yo. Y a querer y cuidar sus mamas. Pero también a querer y cuidarse a ustedes mismas y su salud, y tomar las decisiones que más las beneficien, a no levantar banderas de lucha que sólo las dañarán a la larga, ni a sentirse culpables por tener que tomar una decisión como la de someterse a una cirugía –lo que tampoco significa que la tomen a la ligera-. Aprendan a distinguir, separar y evaluar los componentes estéticos y de salud de la decisión, aunque sólo sea para tenerlos bien claros. Les aseguro que hacerlo les ahorrará pajas mentales para cuando hayan salido del quirófano.