La Navidad
de este año no fue muy distinta a la del pasado. Mi pequeño núcleo familiar se
reunió como de costumbre con algo de incomodidad y evidentes intentos, no
siempre exitosos pero muy bienvenidos, por mantener “la paz” durante las
Fiestas.
Este año
compré yo sola los regalos y algo tarde noté que debí haber recordado comprar
algo para mí, al menos para tener algo que abrir simbólicamente junto al resto,
pero no pareció importar mucho al ver la sonrisa de mi mamá cuando vio el libro
que le compré. Incluso si no puede leerlo –me advirtió la dificultad que tiene
para concentrarse últimamente- valió la pena por verla sonreír esa noche.
Me quedé a
dormir allá, al igual que el año anterior, para evitar la dificultad de tener
que encontrar un taxi a las 1am del 25 de diciembre. Ignacio me llamó pasadas
las 12 para desearme feliz Navidad, pasando él las fiestas con su familia
materna en Yerbas Buenas.
La mañana
del 25 se demoró en llegar, me costó dormir en la que solía ser mi cama. Me
invitaron a quedarme a almorzar, pero preferí volver a casa a ver a los gatos,
que estaban solos y prepararme para mi 25 de ver series en pijama hasta que
llegue Ignacio. Dos mujeres, que al parecer trabajaban como empleadas con
familias del sector, conversaban en el paradero. Una le contaba a la otra todos
los “cahuines” de la familia con la que trabajaba. “Quedó la cagada. Llegó el
ex marido, y la vio ahí, con su pareja nueva. Él todavía está enamorado de
ella, ella lo dejó”. Tenía poco interés por la historia, pero no me podía poner
los audífonos todavía, porque mi abuelo me acompañaba, esperando a que tomara
la micro. Hasta que vi a una mujer, sentada al lado de las dos señoras,
riéndose disimuladamente de lo que escuchaba. La forma en la que se reía, como
una niña pequeña que acababa de cometer una travesura, me causó una mezcla
entre gracia y ternura. Entonces pasó la micro, absolutamente vacía. Le deseé
feliz Navidad al chófer, que me agradeció mecánicamente, y el vehículo echó a
andar.
Se veía poca
gente en las calles. Pero me entretenía imaginando cómo serían las vidas de los
pocos transeúntes. Había un turista asiático, detenido en una esquina, hojeando
el que debía ser un mapa de Santiago con gran atención. Algunos trabajadores
municipales limpiaban las calles de Providencia. Una señora estaba sentada en
una banca, junto a otra de más edad, que parecía ser su madre, en una silla de
ruedas. Conversaban y parecían disfrutar la tranquilidad de la ciudad. Por
algún motivo, esta imagen me emocionó. También se veían personas solitarias,
una anciana caminando, un hombre de mediana edad.
Cada
persona, caminando sola esa mañana de 25 de diciembre, me llevaba a intentar
imaginar su mundo, su vida, sus sentimientos, sus circunstancias. ¿Qué se
sentirá vivir su vida, experimentar sus emociones, cargar con sus recuerdos y
experiencias? ¿Alguien se preguntará lo mismo sobre mí, también sola en esa
micro, un 25 de diciembre?
Al pasar frente al Parque Balmaceda la
cantidad de gente aumentó. Desde personas haciendo ejercicio hasta familias
paseando. Me gustó ver niños corriendo y jugando, descubrir que no todos pasan
estas fechas frente a una pantalla. Me hizo recordar mi propia infancia y los
domingos o feriados que pasé jugando en ese mismo parque con mi abuelo o mis
primos, en los tiempos en los que vivíamos en Bustamante. No tengo muchos
recuerdos felices de la infancia ni la adolescencia, pero los que tengo están
asociados a parques como ése. A la época en la que pasar tiempo en familia era
algo que se esperaba con ansias y no que causaba estrés.
Pasando
Plaza Italia la cantidad de gente aumentó. Llegó la hora de bajarme de la micro
e, impulsivamente, opté por caminar un poco en vez de ir directo a casa. Estaba
nublado y no hacía el calor de los últimos días. Pasear por el Centro de Santiago, de pronto se volvió un
panorama bienvenido. Tal vez las personas a las que observé durante mi viaje,
pensaron lo mismo, al menos algunas. Quizás, en base a algo así, se puede
establecer alguna conexión con gente a la que ni siquiera alcanzas a hablar,
gente con la que con suerte logras intercambiar miradas, brevemente en una luz
roja. Acaso sea simplemente eso lo que la mayoría busca en Navidad, la
posibilidad de establecer algún tipo de conexión, con alguien más, en esta
desconectada y convulsionada ciudad.