Advertencia: texto LARGO. Mis felicitaciones a quienes lo lean entero.
Hace poco me mostraron un artículo de revista Paula escrito
por una periodista, Constanza, que se realizó una reducción mamaria. El motivo
por el que me lo mostraron es porque yo también me hice una, hace tres meses
ya. También había pensado en escribir al respecto, ya que en su momento escribí
algo sobre como tener las pechugas grandes no es necesariamente el paraíso que
algun@s imaginan. Al leer este artículo descubrí que, primero, mi experiencia fue
muy distinta a la de Constanza. Igual lo encontré bueno y muy informativo,
especialmente se agradeció la explicación sobre la hipertrofia mamaria y los
problemas que genera. Lo segundo que me di cuenta es que quiero hacer una
reflexión sobre algunos otros temas, no necesariamente contar la experiencia en
sí y menos desde un punto de vista periodístico. De todos modos, aclaro que me
siento inspirada por la narración de Constanza, valoro el tremendo aporte su
artículo y la posibilidad de contrastar miradas y experiencias
distintas.
Mantengo lo dicho previamente, ser pechugona no es fácil.
Desde lo difícil que es encontrar ropa que te quede bien hasta los mal llamados
“piropos”, y francas faltas de respeto en la calle. Tampoco falta la gente que
cree que te estás quejando de llena o que es mera disconformidad femenina, como
que las crespas quieren tener el pelo liso y viceversa. Y ni siquiera estoy
mencionando el precio elevado de los buenos sostenes que realmente “sostienen”
ni los problemas de salud. Creo que aquí hay dos factores distintos que se deben
identificar correctamente: la salud y la estética. Cuando estos factores se
juntan, es fácil confundirse, no sólo para una, que vive este tema, sino
también para el resto a la hora de entenderte y apoyarte.
Me llaman la atención dos reacciones frecuentes al contar
que me hice una reducción mamaria. Una es lamentarla, con voz de lástima decir
“pensar que hay tantas que se quieren poner” o hacer alguna broma relacionada a
la pérdida para los hombres del mundo o para mi pololo. La otra es
inmediatamente preguntar si tienes problemas a la espalda. Estas dos respuestas
a menudo me hacen sentir rara. La primera por la falta de empatía, supongo,
aunque cuando se nota que es broma, me río. La segunda me hace preguntarme qué
pasaría si no tuviese problemas a la espalda –que claro que tengo- y la
decisión obedeciera sólo a parámetros estéticos. ¿Se me juzgaría? ¿Sería algo incomprensible?
Pienso inevitablemente en el doble estándar de la sociedad, en cómo son
criticadas las mujeres que se hacen cirugías estéticas, pero también en cómo
son criticadas si tienen kilos de más, si son muy planas, muy pechugonas, muy
narigonas, etc.
Es este doble estándar sobre el que también quiero
reflexionar. Vivimos en una sociedad que nos entrega dos mensajes. El primero
es un modelo estético casi imposible de conseguir para la mayoría, un cuerpo soñado,
curvas perfectas pero nada de grasa y carita de muñeca, y pienso en las cosas
horribles que decimos de quienes no encajan con esos cánones –porque todos lo
hacemos alguna vez, vamos-. Pero por otro lado está el mensaje de la
autoestima, el “quiérete a ti misma y
acéptate por cómo eres”. Me parece muy
positivo, especialmente para las adolescentes, pero, como todo en la vida,
puede ser dañino si es llevado al extremo.
Aquí volvemos al tema que mencioné previamente, este tipo de
cirugías tienen dos componentes, uno estético y uno de salud. No todos los
problemas de salud se reflejan en nuestra estética. ¿En qué punto llegamos a
sentirnos culpables por someternos a un procedimiento que tiene un importante
carácter estético, porque nos parece frívolo o una falta a nuestra autoestima,
incluso cuando lo necesitamos por salud? ¿En qué momento nos quedamos
insistentemente pegadas en que nos queremos a nosotras mismas y estamos felices
con nuestros cuerpos, ignorando una necesidad de salud? Lo cierto es que si una
persona tiene obesidad y sabe que ésta le genera o le va a generar un problema
de salud, debiera cambiar esto, por mucho que se quiera a sí misma y acepte su
cuerpo. Con una hipertrofia mamaria pasa algo similar.
Personalmente, yo sentía como que estaba en guerra y no
podía perder. Como que realizarme esta cirugía era dejar que todo ganara, la
sociedad, los comentarios masculinos en la calle, las miradas insistentes –que también
vienen de mujeres-, los problemas de autoestima.
Sentía que no podía permitir que eso ganara, debía aprender a estar feliz
con mi cuerpo, aunque tuviera molestias importantes que claramente afectaban no
sólo mi salud, sino también mi calidad de vida. Como si eso fuese una muestra
de fortaleza. Y lo cierto es que requiere igual fortaleza decidir que quieres
cambiar algo de tu vida que evidentemente no está bien. El problema es que
debes partir por reconocer que no está bien. Si no identificas con claridad un
problema, nunca encontrarás la solución, aunque suene a autoayuda
barata.
Cuando me decidí a evaluarme con un médico, no lo hice
convencida de que me quería operar. Creo que, en parte, fui a que me
convencieran. Tenía dudas, muchas preguntas, temores, inseguridades. Necesitaba
escuchar el diagnóstico, “hipertrofia mamaria” para terminar de hacerme
consciente de que era algo serio. Y que el doctor me dijera que ojalá me
operara, aunque no fuese con él, porque era muy importante para mi salud.
No me operé con el primer especialista que visité. Me gustó
mucho pero no quería quedarme con el primer médico al que consultara. Vi a, al
menos, tres especialistas y me decidí por el que me dio más confianza y
seguridad. Le recomendaría a cualquier persona que piense en operarse, hacer lo
mismo. Te permite comparar discursos, claridad en explicaciones y finalmente
evaluar quién te deja lo suficientemente tranquila para confiarle la que, mal
que mal, es una cirugía importante.
El otro tema que me queda claro al hablar con amigas que se operaron y al leer a Constanza, es que cada caso es distinto. Si
quieres operarte tienes que ir a que te evalúen a ti, pues el caso de otra
persona puede ser muy diferente. Yo tuve un post-operatorio bastante relajado,
en unos días ya me paraba y me movía, con dificultad y lentitud, claro,
pero me sentía considerablemente mejor de lo esperado, no viví nada traumático.
Confieso que no le creía mucho al doctor cuando me hablaba de este panorama,
pues había escuchado unas historias de terror, pensé que me lo decía para que
estuviese tranquila y no tan nerviosa, pero
terminó por tener razón. Aún así, mi cirugía era compleja y demoró más de lo
que inicialmente estaba considerado, pero no tuvo complicaciones inesperadas.
Desde que me operé me siento más cómoda y soy consciente de
que solucioné un tema de salud muy relevante. En términos estéticos también me
siento mejor. Yo era copa DD, y me sacaron más de 800 gramos de una mama y más
de 700 de la otra. Creo que en general pocas personas quieren llegar a tener copa
DD. Cuando alguien dice que quiere tener más, lo que generalmente quieren decir
es que quieren pasar de copa A a B, o de B a C. Incluso de C a D. Pero nunca he
escuchado a alguien que quiera tener DD, y el consenso general cuando
finalmente decía mi copa, era reconocer que era “mucho”. El último tiempo
vestía ropa más suelta y me había vuelto experta en disimularlas dentro de lo
que se podía. No me había dado cuenta, pues hasta hace unos años no lo hacía.
Creo que era parte de mi “guerra”. ¿Por qué iba a cambiar mi forma de vestir y
adaptarme yo al mundo, cuando son otros los que me están faltando el respeto?
¿Si tengo una bonita cintura, por qué voy a ocultarla con poleras sueltas, sólo
para no que no se me vayan a marcar las pechugas? ¿Si es verano y hace calor,
por qué me voy a tapar, o usar algo distinto a lo que usa todo el mundo de
todos modos? Pero lo cierto es que hace tiempo que había dado por perdida la
guerra sin darme cuenta. Sólo me di cuenta cuando en mi actual trabajo, donde
llevo algo más de un año, me dijeron que nunca se habían dado cuenta de lo
pechugona que yo era, que nunca se habrían imaginado que era copa DD y que el
asunto llegaba a tanto. La gente que me conoce desde hace más años no lo pone
en duda y algunos de sólo ver fotos me preguntan si me operé, mientras que
otros a quienes conozco desde hace menos tiempo sólo creen que bajé de peso.
Finalmente, es como que un nuevo mundo se ha abierto ante
mis ojos. La ropa me queda muy distinta, y la compra de sostenes es una novedad
extraordinaria. Con copa DD era muy difícil encontrar sostenes que me quedaran
realmente bien. Ni miraba las marcas que no se caracterizan por tener buenos
sostenes para copas grandes, incluso si encontraba mi talla, eran tan incómodos
que sólo resultaban en frustración. Ahora que veo tallas y marcas que antes
jamás miré, me sorprende la variedad. Lo distinta que es la MISMA talla
dependiendo de la marca. Los colores, los diseños. No crean que ahora todo me
queda bien y puedo usar cualquier cosa. El doctor fue claro en que debo cuidar
mis mamas igualmente, que no recomienda strapless a nadie salvo para ocasiones
especiales, que en general siempre debiésemos optar por sostenes con tirantes
gruesos y fijarnos en que la barba encaje perfectamente alrededor de la mama,
es decir, que la pechuga quepa bien en el espacio de la copa y no parezca que falta tela y se sale
por los costados o que la parte del medio te queda como “levantada”.